Mi oficio es el diseño, y lo conozco bien desde hace mucho tiempo.
Cuando me pongo a aplicar el diseño en mi trabajo me siento extraordinariamente a gusto y me muevo en un elemento que me parece conocer extraordinariamente bien: utilizo herramientas que me son conocidas y familiares y las siento bien firmes en mis manos. Avanzo con seguridad y firmeza, convencido de que podré sortear con facilidad los retos que me encuentre por el camino.
Si hago cualquier cosa, si estudio una lengua extranjera, si intento aprender historia, o mecanografía, o si intento memorizar la tabla periódica, sufro y me pregunto continuamente cómo hacen los otros estas mismas cosas, me parece siempre que debe haber una forma buena de hacer estas mismas cosas que los demás consiguen y resultan imposibles para mí. Y me parece que soy torpe, sordo o ciego, y siento como un malestar en el fondo de mí.
Por el contrario, cuando diseño no pienso nunca que quizá hay una forma mejor de la que se sirven los otros diseñadores. Entendedme: yo sólo puedo aplicar el diseño en los procesos de desarrollo de un producto o servicio, eso es lo que se hacer. Si intento diseñar un cartel publicitario o una prenda de vestir, me va bastante mal. Lo que entonces diseño lo tengo que buscar fatigosamente como fuera de mí, y tengo siempre la sensación de engañar con ideas que tomo prestadas o que robo aquí y allá. Sin embargo, cuando aplico el diseño en los procesos de desarrollo de un producto o servicio, centrándome en las verdaderas necesidades de las personas, soy como alguien que está en su tierra, caminando por caminos que conoce bien desde hace mucho tiempo, y avanzando entre los muros y los árboles que son suyos.
Mi oficio es provocar un impacto positivo en la sociedad a través del diseño, cambiando las formas, descubriendo oportunidades y creando experiencias que emocionen a las personas. Éste es mi oficio. Estoy muy contento de este oficio y no lo cambiaría por nada del mundo. Comprendí que era mi oficio hace mucho tiempo. Entre los diez y los quince años aún dudaba, en ocasiones imaginaba que podría pintar, o que descubriría nuevos países, y otras veces que inventaría máquinas muy importantes. Pero desde los quince años lo he sabido ya siempre. No podría ni siquiera imaginar mi vida sin este oficio. Ha estado siempre ahí, ni por un momento me ha dejado jamás, y cuando lo creía dormido, su mirada vigilante y brillante seguía puesta en mí.
Dinero, ya veis que no produce mucho; más aún, a menudo hace falta trabajar al mismo tiempo en otros oficios para vivir. A veces produce un poco, y obtener dinero gracias a él es una cosa muy dulce, es como recibir dinero y regalos de manos del ser amado. Ya he dicho que no sé mucho sobre el valor de los resultados que me ha dado y que podrá darme; o, mejor, de los resultados ya obtenidos conozco su valor relativo, no absoluto, desde luego. Cuando trabajo en algo, en general pienso que es muy importante y que yo soy un gran diseñador. Creo que les pasa a todos. Pero hay un rincón de mi espíritu en el que sé muy bien lo que soy, es decir, un pequeño, pequeño diseñador. Os prometo que lo sé. Pero no me importa mucho. Sólo que no quiero pensar en nombres: he comprobado que si me pregunto: «Un pequeño diseñador, ¿como quién?», me entristece pensar en nombres de otros pequeños diseñadores. Prefiero creer que ninguno ha sido jamás como yo, por muy pequeño diseñador que yo sea, aunque sea una pulga o un mosquito entre los diseñadores. Lo que es importante, sin embargo, es tener la convicción de que es precisamente un oficio, una profesión, algo que se hará por toda la vida.
Pero, como oficio, no es una broma. Hay en él innumerables peligros además de los que he dicho. Estamos continuamente amenazados por graves peligros hasta en el acto mismo de redactar nuestra propia página. Hay el peligro de ponerse de pronto a coquetear y a cantar. Yo tengo siempre unas ganas locas de ponerme a cantar, y debo mantenerme muy atento para no hacerlo. Y también hay el peligro de engañar con ideas que no existen verdaderamente en nosotros, que hemos encontrado aquí y allá, al azar, fuera de nosotros y que reunimos con habilidad porque hemos llegado a ser bastante hábiles en esto.
Es un oficio bastante difícil, ya lo veis, pero es el más bonito que existe en el mundo. Los días y las cosas de nuestra vida, los días y las cosas de la vida de los demás a que nosotros asistimos, lecturas, imágenes, pensamientos y conversaciones: se alimenta de todo esto y crece en nuestro interior.
Así es mi oficio.